La alarma de la comunidad científica y gran parte de la sociedad mundial por las opiniones negadoras del cambio climático de Trump ha comenzado a materializarse.
Tras un grandilocuente discurso de nombramiento como 45.º presidente de EE.UU, en el que prometía “desvelar los misterios del espacio, liberar a la Tierra de las miserias de la enfermedad y aprovechar las energías, industrias y tecnologías del mañana”, una de sus primeras decisiones ha sido la de publicar su plan energético (An America First Energy Plan).
El plan energético de Donald Trump
En él se hacen patentes sus intenciones de ignorar las regulaciones federales en materia de cambio climático. Así, nada más jurar su cargo, la Casa Blanca divulgaba un documento, en el que se afirma que “durante demasiado tiempo la industria de la energía estadounidense se ha visto obstaculizada por regulaciones onerosas” y que el presidente Trump “se compromete a eliminar políticas perjudiciales e innecesarias, como el Plan de Acción Climática”, el cual había sido impulsado por Obama.
Trump apuesta por un mayor desarrollo de los recursos autóctonos, poniendo especial énfasis en combustibles fósiles como el petróleo y el gas de shale, con la idea de llevar a cabo una revolución del crudo, shale oil y gas natural ‘made in USA’ que traerá «empleo y prosperidad a millones de ciudadanos».
La Administración Trump también se compromete a «revivir la industria del carbón» en el país, pero ignora totalmente a la energía nuclear y a las fuentes de energía renovables. Algo contradictorio con el fomento del empleo porque el sector de las renovables ha sido uno de los que han experimentado un crecimiento más rápido en EE.UU. Un sector en auge tanto a nivel nacional (Estados Unidos) como internacional, donde económicamente es viable y existen muchos intereses económicos, y sin contabilizar las posibles denuncias por incumplimientos de contrato de las grandes empresas energéticas del sector renovables o la opinión de los estadounidenses, que sí importa y mucho!